Sergio Parra 7 de abril de 2011 | 13:31
A grandes rasgos, la grafología es el estudio de la personalidad de un individuo a partir de las características de su escritura.
Una teoría que recuerda a la de Freud, que creía que se podía categorizar a las personas según el orificio corporal que les procuraba mayor placer. Francis Galton se fijaba en los bultos del cráneo, como quien estudia la orografía del terreno para comprender la personalidad de sus habitantes. Jungestaba convencido de que la personalidad la determinaba la posición de las estrellas en el momento del nacimiento.
¿La grafología entraría dentro de esta lista de insensateces? Vamos a verlo, y de paso voy a descubriros una técnica mucho mejor que la grafología para identificar a alguien por su forma de escribir.
De un tiempo a esta parte, junto con los polígrafos que dicen detectar si mentimos o decimos la verdad, ha aparecido un ejército de grafólogos que aseguran poder correlacionar el tipo de letra que tenemos y otros garabatos con algunos rasgos generales de nuestra personalidad, incluso nuestra inteligencia, nuestra salud e incluso nuestros instintos criminales. También hay muchos departamentos de selección natural usan la grafología para seleccionar a los aspirantes al puesto.
Los grafólogos examinan lazos, las “i punteadas”, las “t cruzadas”, el espaciamiento de las letras, inclinaciones, alturas, movimientos de cierre, etc., pues creen que tales minucias de la escritura son manifestaciones físicas de funciones mentales inconscientes.
Pero ¿esto es ciencia? Aunque determinados rasgos de nuestra escritura pudieran supuestamente estar asociados a determinados rasgos de la personalidad, ¿se pueden sacar conclusiones definitivas sobre la conducta o características individuales de una persona?
En el siguiente video, el divertido James Randi demuestra cómo la teoría cae por su propio peso:
Los estudios sobre la utilidad de la grafología no son muy rigurosos. Por ejemplo, el investigadorGeoffrey Dean recopiló 16 artículos académicos que estudiaban la grafología en el trabajo.
Comparó las predicciones de los grafólogos sobre el rendimiento de los empleados con las puntuaciones de los supervisores de dichos empleados durante el periodo de formación. Los resultados revelaron que había poca relación entre las predicciones de los grafólogos y el éxito laboral. De hecho, los grafólogos eran tan precisos como un grupo de control de profanos que no tenía ninguna experiencia en grafología.
Pero ¿y fuera del ámbito laboral? ¿Podría decirse, por ejemplo, que yo soy tímido porque mi letra es muy pequeña, casi minúscula? Dean comparó los intentos de los grafólogos para determinar el carácter de una persona con las puntuaciones de esa persona en tests de personalidad con validez científica. Tras revisar 53 artículos, la conclusión fue demoledora:
No sólo era escasa la precisión de los grafólogos, sino que obtenían la misma puntuación que los grupos de control con personas sin formación ni conocimientos para la evaluación de la personalidad a través de la escritura.
Como veis, la grafología se parece bastante a la astrología. Es decir, que estamos ante otra manifestación del llamado efecto Forer (o falacia de validación personal o efecto Barnum, por P. T. Barnum): los individuos darán aprobación de alta precisión a descripciones de su personalidad que supuestamente han sido realizadas específicamente para ellos, pero que en realidad son generales y suficientemente vagas como para poder ser aplicadas a un amplio espectro de gente.
Pero como os dije, hay una técnica científicamente válida para averiguar algo sobre la escritura de una persona. Os hablaré de ello en la próxima entrega de este artículo sobre el fraude de la grafología.
La grafología es un fraude manifiesto que saca partido de las mismas debilidades psicológicas que se ponen de manifiesto en los creyentes de la astrología y otras mancias.
Sin embargo, hay técnicas científicas que sí sirven para averiguar mucho más de lo que creemos sobre una persona sencillamente analizando su forma de escribir. En esta ocasión, no la forma de sus palabras, sino cómo usa las palabras y cómo construye las oraciones.
Todo comenzó con el florecimiento de la Lingüística Forense a finales del siglo veinte. En un principio, esta disciplina de nuevo cuño se centraba en la investigación y estudio en ámbitos como el del análisis de la imitación en la firma y en la producción de textos con finalidades criminales. Ya sabéis, determinar la autoría, por ejemplo, de una amenaza manuscrita, de un anónimo.
También analizaba las evidencias fonológicas, morfológicas, sintácticas, discursivas y terminológicas para identificar hablantes de una variedad lingüística determinada, estilo o registro. También,esclarecían la comprensión lectora de documentos legales.
Con la sofisticación de la técnica, la lingüística forense ya es capaz de determinar plagios en textos orales y escritos y en traducciones. Para este último ámbito, los peritos en lingüística forense se ayudan de programas informáticos capaces de detectar plagios como el del célebre premio Nobel Camilo José Cela, determinado por el Laboratorio de Lingüística Forense (ForensicLab), en la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), o el de la presentadora Ana Rosa Quintana, que calcó ochenta páginas de párrafos enteros de dos novelas preexistentes.
Estos programas son capaces de resolver casos como el de un extorsionador de Teruel, cuyas marcas de idiolecto le delataron frente al ojo escrutador del software: tenía el extorsionador un uso redundante del pronombre en primera persona y el relativo compuesto, cuando en los corpus del español es más habitual en la ratio el relativo simple: como el acusado había vivido en Cataluña, se había contaminado en la frecuencia de uso del relativo compuesto. Intentó el extorsionador cuestionar el dictamen del omnisciente de aquel programa, pero las evidencias eran abrumadoras y así lo entendió también el magistrado en una sentencia que sentó jurisprudencia.
Pero ¿qué es el idiolecto? Básicamente es la forma de hablar característica de cada persona (cuando la expresión es por escrito se denomina estilo). Se manifiesta en una selección particular del léxico, de la gramática y también en palabras, frases y giros peculiares, así como en variantes de la entonación y la pronunciación. Esta palabra se creó por analogía con dialecto. El idiolecto es, con todas las reservas, algo así como el ADN de nuestra mente, o de nuestra manera de expresarnos.
El lingüista Tim Grant y el forense Kim Brake, de la Universidad de Leicester, pusieron en marcha hace unos tres años el primer estudio forense centrado en los mensajes SMS:
Teniendo en cuenta que éstos son una forma de comunicación nueva y, a la vez, un modo especialmente informal de usar el lenguaje, no se espera que quien los escriba siga las convecciones lingüísticas. Esta libertad da lugar a diferencias significativas en el estilo que pueden emplearse para identificar a su autor.
Estas técnicas no servirán para averiguar qué personalidad tiene un individuo según la forma de las letras de su escritura, como pretende la pseudociencia de la grafología, pero indudablemente ofrece valiosa información sobre el sustrato social y cultural del autor de un texto; una información mucho más práctica para detectar plagios, amenazas o autorías.