viernes, 8 de abril de 2011

LA GRAFOLOFIA UN FRAUDE


Tomado de: http://www.xatakaciencia.com/psicologia/por-que-grafologia-es-un-fraude-y-que-otra-alternativa-hay-para-saber-algo-sobre-el-autor-de-un-texto-y-ii

Sergio Parra 7 de abril de 2011 | 13:31

A grandes rasgos, la grafología es el estudio de la personalidad de un individuo a partir de las características de su escritura.

Una teoría que recuerda a la de Freud, que creía que se podía categorizar a las personas según el orificio corporal que les procuraba mayor placer. Francis Galton se fijaba en los bultos del cráneo, como quien estudia la orografía del terreno para comprender la personalidad de sus habitantes. Jungestaba convencido de que la personalidad la determinaba la posición de las estrellas en el momento del nacimiento.

¿La grafología entraría dentro de esta lista de insensateces? Vamos a verlo, y de paso voy a descubriros una técnica mucho mejor que la grafología para identificar a alguien por su forma de escribir.

De un tiempo a esta parte, junto con los polígrafos que dicen detectar si mentimos o decimos la verdad, ha aparecido un ejército de grafólogos que aseguran poder correlacionar el tipo de letra que tenemos y otros garabatos con algunos rasgos generales de nuestra personalidad, incluso nuestra inteligencia, nuestra salud e incluso nuestros instintos criminales. También hay muchos departamentos de selección natural usan la grafología para seleccionar a los aspirantes al puesto.

Los grafólogos examinan lazos, las “i punteadas”, las “t cruzadas”, el espaciamiento de las letras, inclinaciones, alturas, movimientos de cierre, etc., pues creen que tales minucias de la escritura son manifestaciones físicas de funciones mentales inconscientes.

Pero ¿esto es ciencia? Aunque determinados rasgos de nuestra escritura pudieran supuestamente estar asociados a determinados rasgos de la personalidad, ¿se pueden sacar conclusiones definitivas sobre la conducta o características individuales de una persona?

En el siguiente video, el divertido James Randi demuestra cómo la teoría cae por su propio peso:

Los estudios sobre la utilidad de la grafología no son muy rigurosos. Por ejemplo, el investigadorGeoffrey Dean recopiló 16 artículos académicos que estudiaban la grafología en el trabajo.

Comparó las predicciones de los grafólogos sobre el rendimiento de los empleados con las puntuaciones de los supervisores de dichos empleados durante el periodo de formación. Los resultados revelaron que había poca relación entre las predicciones de los grafólogos y el éxito laboral. De hecho, los grafólogos eran tan precisos como un grupo de control de profanos que no tenía ninguna experiencia en grafología.

Pero ¿y fuera del ámbito laboral? ¿Podría decirse, por ejemplo, que yo soy tímido porque mi letra es muy pequeña, casi minúscula? Dean comparó los intentos de los grafólogos para determinar el carácter de una persona con las puntuaciones de esa persona en tests de personalidad con validez científica. Tras revisar 53 artículos, la conclusión fue demoledora:

No sólo era escasa la precisión de los grafólogos, sino que obtenían la misma puntuación que los grupos de control con personas sin formación ni conocimientos para la evaluación de la personalidad a través de la escritura.

Como veis, la grafología se parece bastante a la astrología. Es decir, que estamos ante otra manifestación del llamado efecto Forer (o falacia de validación personal o efecto Barnum, por P. T. Barnum): los individuos darán aprobación de alta precisión a descripciones de su personalidad que supuestamente han sido realizadas específicamente para ellos, pero que en realidad son generales y suficientemente vagas como para poder ser aplicadas a un amplio espectro de gente.

Pero como os dije, hay una técnica científicamente válida para averiguar algo sobre la escritura de una persona. Os hablaré de ello en la próxima entrega de este artículo sobre el fraude de la grafología.

La grafología es un fraude manifiesto que saca partido de las mismas debilidades psicológicas que se ponen de manifiesto en los creyentes de la astrología y otras mancias.

Sin embargo, hay técnicas científicas que sí sirven para averiguar mucho más de lo que creemos sobre una persona sencillamente analizando su forma de escribir. En esta ocasión, no la forma de sus palabras, sino cómo usa las palabras y cómo construye las oraciones.

Todo comenzó con el florecimiento de la Lingüística Forense a finales del siglo veinte. En un principio, esta disciplina de nuevo cuño se centraba en la investigación y estudio en ámbitos como el del análisis de la imitación en la firma y en la producción de textos con finalidades criminales. Ya sabéis, determinar la autoría, por ejemplo, de una amenaza manuscrita, de un anónimo.

También analizaba las evidencias fonológicas, morfológicas, sintácticas, discursivas y terminológicas para identificar hablantes de una variedad lingüística determinada, estilo o registro. También,esclarecían la comprensión lectora de documentos legales.

Con la sofisticación de la técnica, la lingüística forense ya es capaz de determinar plagios en textos orales y escritos y en traducciones. Para este último ámbito, los peritos en lingüística forense se ayudan de programas informáticos capaces de detectar plagios como el del célebre premio Nobel Camilo José Cela, determinado por el Laboratorio de Lingüística Forense (ForensicLab), en la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), o el de la presentadora Ana Rosa Quintana, que calcó ochenta páginas de párrafos enteros de dos novelas preexistentes.

Estos programas son capaces de resolver casos como el de un extorsionador de Teruel, cuyas marcas de idiolecto le delataron frente al ojo escrutador del software: tenía el extorsionador un uso redundante del pronombre en primera persona y el relativo compuesto, cuando en los corpus del español es más habitual en la ratio el relativo simple: como el acusado había vivido en Cataluña, se había contaminado en la frecuencia de uso del relativo compuesto. Intentó el extorsionador cuestionar el dictamen del omnisciente de aquel programa, pero las evidencias eran abrumadoras y así lo entendió también el magistrado en una sentencia que sentó jurisprudencia.

Pero ¿qué es el idiolecto? Básicamente es la forma de hablar característica de cada persona (cuando la expresión es por escrito se denomina estilo). Se manifiesta en una selección particular del léxico, de la gramática y también en palabras, frases y giros peculiares, así como en variantes de la entonación y la pronunciación. Esta palabra se creó por analogía con dialecto. El idiolecto es, con todas las reservas, algo así como el ADN de nuestra mente, o de nuestra manera de expresarnos.

El lingüista Tim Grant y el forense Kim Brake, de la Universidad de Leicester, pusieron en marcha hace unos tres años el primer estudio forense centrado en los mensajes SMS:

Teniendo en cuenta que éstos son una forma de comunicación nueva y, a la vez, un modo especialmente informal de usar el lenguaje, no se espera que quien los escriba siga las convecciones lingüísticas. Esta libertad da lugar a diferencias significativas en el estilo que pueden emplearse para identificar a su autor.

Estas técnicas no servirán para averiguar qué personalidad tiene un individuo según la forma de las letras de su escritura, como pretende la pseudociencia de la grafología, pero indudablemente ofrece valiosa información sobre el sustrato social y cultural del autor de un texto; una información mucho más práctica para detectar plagios, amenazas o autorías.


lunes, 4 de abril de 2011

Efecto centro de escenario

Sergio Parra

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Un curioso estudio llevado a cabo por los psicólogos Priya Raghubir y Ana Valenzuela,

y publicado enOrganisational Behaviour and Human Decision Processes, sugiere que

el estar en el centro de un escenario causa mejor impresión a los demás que estar en un lado.

Y eso también ocurre, pues, en las fotografías.

Para llegar a cabo el estudio, se analizaron varias entregas del programa de televisión

The Weakest Link(El rival más débil). En este programa, los concursantes se

sitúan formando un semicírculo y, en cada ronda, eliminan a uno de sus compañeros.

Los concursantes que ocupaban las posiciones centrales del semicírculo llegaban a la

ronda final en el 42 % de ocasiones, por término medio, y ganaban el juego un 45 % de veces

Los que estaban en las posiciones más extremas llegaban a la ronda final en el 17 %

de las ocasiones y sólo ganaban en el 10 %.

En otro experimento, a un grupo de personas se le enseñó una fotografía en grupo de 5 candidatos para un puesto en una empresa, pidiéndoles que escogieran al candidato más adecuado. Los más elegidos eran los candidatos del centro del grupo.

A este fenómeno de fijarnos en el centro para localizar a la gente importante lo llaman “efecto centro de escenario”.

Vía | 59 segundos de Richard Wiseman

domingo, 3 de abril de 2011

Los malnacidos psicopatas

Fuente: http://lacomunidad.elpais.com/apuntes-cientificos-desde-el-mit/posts, hoy abril 3-2011


LOS MALNACIDOS PSICOPATAS


Virginia Barber tiene un trabajo muy especial. Esta psicóloga forense licenciada en Madrid y doctorada en el John Jay College of Criminal Justice de la Universidad de Nueva York es actualmente directora de los juzgados de salud mental del condado de Queens. Su función allí es: “evaluar psicológicamente a las personas que han cometido un crimen y preparar un informe al juez para que decida si pueden beneficiarse de tratamientos en comunidad como alternativa a la encarcelación”.

Después de tanto debate académico sobre la naturaleza de la mente humana, y reflexiones interminables sobre el origen y condicionamientos de nuestra conducta, cenar con Virginia en Nueva York fue encontrarse de frente con la realidad. Cada día Virginia ve personas que han cometido robos, agresiones, violaciones, u otros crímenes graves, y debe utilizar todas las herramientas de psicología y neurociencia para decidir cuáles pueden quedar en semi-libertad. Entre otras cosas evalúa si existe enfermedad mental, valora el riesgo de violencia… y que no sean psicópatas. Porque si son psicópatas, ni por asomo se les deja en la calle.

Como podría ser el sujeto que está evaluando en estos mismos momentos: Un hombre de 45 años que nunca antes había mostrado conducta violenta hasta que dio una brutal paliza a su madre de 81 años dejándola en el hospital al borde de la muerte. Para juzgar un caso así, debes entender muy bien qué ocurrió en la mente de este individuo.

Virginia lleva unos días analizándolo, y cree estar frente a uno de los muchos psicópatas no detectados que hay disueltos en nuestra sociedad. Tiene todos los rasgos característicos: hábil en la discusión, mide muy bien sus acciones, y sabe aparentar cierto encanto personal. Pero no reconoce culpa ni responsabilidad alguna en lo ocurrido. No muestra ningún remordimiento, y defiende que todo es una confabulación en su contra y que de alguna manera ella se lo merecía. En los psicópatas, la culpa y responsabilidad siempre es de los otros. Tienden a ser extremadamente narcisistas, egocéntricos, los vínculos que forman con amigos y parejas son muy superficiales, y los mantienen sólo mientras a ellos les conviene por interés. Viendo su pasado, siempre manipulan y se aprovechan económicamente de la gente que le rodeaba, sobre todo de sus consecutivas relaciones. Es lo que se denomina un estilo de vida parasito. El individuo que analiza Virginia está preocupado por lo que le puede venir encima tras agredir a su madre, pero no muestra ni la más mínima preocupación por saber su estado. Virginia explica que en las entrevistas demuestra una falta de empatía abrumadora y –como es habitual en los psicópatas- mucha destreza a la hora de mentir. Nadie sospecharía de un ciudadano así o directivo de empresa tan bien integrados en la sociedad. Hasta que explotan. Si es que llegan a hacerlo.

“La psicopatía es totalmente diferente a la mayoría de casos de conducta antisocial que nos llegan de entornos desfavorecidos” quiere dejar bien claro Virginia. Se refiriere a que cuando analiza delincuentes arrestados en Nueva York, encuentra patrones muy diferentes. Muchos presentan conducta antisocial y criminal, pero no tienen los componentes emocionales o interpersonales de los psicópatas. Por ejemplo, los delincuentes no psicópatas sí reconocen que hicieron algo malo. Pueden dar excusas, pero muestran cierto grado de arrepentimiento. Y sí son capaces de mostrar afecto, miedo, respuestas emocionales, y de vincularse emocionalmente de manera significativa con familiares o amigos. Además, es destacable la lealtad que tienen hacia su grupo, familia o entorno cercano. Un psicópata en cambio no es leal a nadie. Sólo a él mismo.“no debemos confundir conducta antisocial con psicopatía. Son muy diferentes”, insiste Virginia.

Pero… ¿estamos rodeados de psicópatas? ¿nacen así? ¿se pueden diagnosticar mirando la actividad de las áreas emocionales de su cerebro? Empecemos por esta última pregunta.

El caso de Brian Dugan: Si un psicópata nació mal… ¿es menos malnacido?

Brian Dugan estaba ya cumpliendo dos cadenas perpetuas por sendos asesinatos cuando un juzgado de Chicago le procesó de nuevo por la violación y asesinato de una niña de 10 años que habría realizado con anterioridad. Su abogado (alguien que –en sentido opuesto al método científico- primero establece su posición y luego acomoda las pruebas a ella) presentó imágenes de resonancia magnética del cerebro de Duncan para argumentar que padecía una enfermedad mental llamada psicopatía y no era del todo responsable de sus actos. Evidentemente el juez no hizo caso, y terminó condenando a pena de muerte a Duncan. Pero fue un momento significativo: la primera ocasión en que una fotografía de fMRI se utilizaba en un juicio para defender a un asesino.

La posición del abogado estaba inspirada en los recientes estudios de neuroimagen que buscan funcionamientos anómalos en los cerebros de los psicópatas. Uno de los neurocientíficos más destacados en este campo es Kent Kiehl, que fue quien analizó el cerebros de Duncan, testificó en el caso, y con quien conversé telefónicamente la semana pasada para preparar este reportaje de la agencia SINC. Él defiende que su objetivo principal es investigar científicamente qué funciona mal en el cerebro de un psicópata, para así buscar tratamientos más específicos. Y cree también que el fMRI podría convertirse en una herramienta de diagnóstico complementaria a los tests, con la que identificarlos y empezar terapias lo antes posible.

Otra persona con quien también conversé fue Robert Hare, autor de la escala PCL-R utilizada mundialmente para identificar psicópatas, y quizás el experto en psicopatía más reconocido del mundo. Hare fue así de contundente: “Debemos ser muy cuidadosos con este boom de la neuroimagen, porque no sabemos todavía cómo interpretarlas, y cual es la variabilidad entre la gente normal o con trastornos emocionales que nada tienen que ver con la psicopatía. El caso de Duncan es preocupante, porque podría sentar un precedente peligroso”. Virginia Barber fue todavía más lejos: “una barbaridad. Casi una ridiculez! Un fMRi no puede demostrar causalidad, y no supera ni de cerca los criterios mínimos de fiabilidad para ser utilizado en un juzgado”.

En este blog muchas veces nos hemos dejado fascinar por los avances en la investigación neurocientífica, las reflexiones filosóficas que comporta, y las implicaciones que pueda tener en una cercana neurosociedad. Pero también hemos advertido (como el caso del detector de mentiras) que existe una gran exageración en este campo (y no sólo por los medios, sino por los propios científicos). Así lo expresábamos en el capítulo “neuroarrogancia en los juzgados” de El Ladrón de Cerebros, y en el capítulo que debatíamos sobre el grado de libertad que tenemos a la hora de decidir. Es un punto interesantísimo. En realidad, como siempre que nos planteamos porqué castigamos a alguien, se entremezcla valorar la responsabilidad en lo ocurrido con la posibilidad que se repita el incidente.

Y en el sentido de la responsabilidad, Kent Kiehl no dice que Duncan no fuera culpable de sus actos. Faltaría más. Pero sí concibe al psicópata como un enfermo, no como un delincuente. Alguien “no malo, sino que sufre una anormalidad en el cerebro que le deja a la deriva en un mundo sin emociones” (sciam). El objetivo de sus novedosas investigaciones con scáneres cerebrales portátiles por prisiones estadounidenses es comprender la mente de un psicópata, diagnosticarlos, e intentar rehabilitarlos.

Robert Hare no lo ve muy claro. Cuando se le pregunta si un psicópata es plenamente consciente de lo que hace responde: “Si, si, si, si… claro! Ellos saben muy bien que están cometiendo un delito penalizado por la sociedad, e infringiendo un dolor espantoso a sus víctimas o familiares. Simplemente no les importa”. ¿Se pueden curar? Hare se muestra sólido en la tesis de que cambiar la mente de un psicópata es prácticamente imposible, y casi siempre van a reincidir si se les pone en libertad. Viginia Barber –como Kiehl- muestra un optimismo moderado al explicar que en los últimos años algunas terapias cognitivas y conductuales sí han dado resultados positivos. Pero continúa desmarcándose de esta visión tan determinista de la psicopatía.

Una visión determinista representada a la perfección por otro de los grandes de la psicopatía, el “neurocriminólogo” Adrian Raine, que como explicaba el artículo de SINC, presentó un estudio el pasado febrero en la reunión de la AAAS en Washington DC, sugiriendo que se podía encontrar rasgos de futura psicopatía en niños de tres años, y que sería importantísimo para empezar terapias lo antes posible. Yo estuve en esa sesión. Sonaba muy controvertido. A pesar de que Raine insiste en el peso del entorno, su visión innata y determinista del comportamiento humano parece exagerada, y no es aceptada por algunos de sus compañeros. “El crimen no es un desorden, y es utópico pensar que vamos a identificar futuros psicópatas a los 3 años”, decía Kent Kiehl. “Aunque sí se ven característica innatas en los psicópatas, yo no soy ni de lejos tan determinista como Raine”, opiaba Robert Hare. Y “el estudio de Raine es metodológicamente limitadísimo”, constataba Virginia Barber. Pero se publicó igualmente, y la AAAS organizó una rueda de prensa para darle difusión. Curioso.

La mente del psicópata es fascinante. Ojalá científicos como Kiehl continúen investigando para conocerla, psicólogos como Virginia trasladen esos conocimientos al mundo real, y sabios como Hare nos hagan ver que el narcisismo, egocentrismo, ambición, conducta manipuladora, la no asunción de responsabilidad, pobreza emocional, y falta absoluta de empatía de un psicópata, no desemboca sólo con actos violentos sino que puede terminar expresándose en dirigentes totalitarios, líderes de corporaciones, u otros estamentos de la sociedad. Qué sorpresas nos podrían dar algunos scanners cerebrales…

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